(Por Cintia Rivera y Tomás Fontana) - Resulta raro creer que dos mil años atrás se realizaban competencias deportivas que derivarían en lo que hoy conocemos como “Juegos Olímpicos”. Desde sus comienzos, allá por el año 776 a.C., los Juegos fueron concebidos como un período de destello espiritual y religioso, en los cuales se veneraba a los Dioses (en Olimpia y Nemea a Zeus, en Delfos a Apolo y en Istmia a Poseidón).
Los Juegos no fueron llamativos solamente desde el ámbito deportivo, sino que en los períodos de competencia se llevaba a cabo la “tregua olímpica”; es decir, la suspensión de todo tipo de acción bélica entre las ciudades-estados griegas durante la semana en cuestión. Las competencias no permitían la participación de toda la población. Sólo podían competir los “hombres libres” locales, es decir, hijos legítimos que no cometieron sacrilegios ni crímenes y debían presentarse un mes antes del torneo para poseer la habilitación.
Posteriormente, una vez finalizada la preparación, los atletas y organizadores debían dirigirse a en procesión hacia Olimpia, en donde se realizaba el juramento olímpico ante la estatua de Zeus. Por otro lado, además de los propios griegos, por razones políticas, debieron ser aceptados concursantes de otras naciones, como sucedió con el emperador romano Nerón, quien, luego de sobornar a sus rivales en la carrera de cuadrigas, vencería finalizando la carrera en soledad.
En cuanto a las mujeres, no poseían la facultad de competir en el certamen, solamente actuaban en un festival artístico y deportivo en honor a la diosa Herea, que se realizaba fuera del período olímpico. Asimismo, sólo podían permanecer en Olimpia como espectadoras, las niñas y las soletas, mientras que las casadas recibían amenazas con la condena a muerte.
Por otro lado cabe destacar que el primer ganador de una competencia olímpica, es considerado un cocinero de Élide, Coroebo, a pesar que muchos historiadores refutan esta afirmación, diciendo que existieron vencedores previos al corredor. Entre las actividades, se destacaba la Dromos, una carrera que recorría el estadio de punta a punta (192.27 metros) que, según algunos, fue la única carrera que se disputó en los trece primeros juegos.
Luego de un gran revuelo y entusiasmo, los Juegos Olímpicos comenzarían a perder su poderío, hasta llegar al año 394 d.C, cuando fueron abolidos por el emperador romano Teodosio El Grande a pedido del obispo de Milán, San Ambrosio, que los consideraba inmorales y promotores del ateísmo. Dos mil años después, volverían a manos de Pierre de Fredy, barón de Coubertin.
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